miércoles, 23 de abril de 2008

En México ya no existe el Estado


Lo que existe ahora son pequeños
estados: organizaciones criminales,
grupos que actúan en función de los
intereses particulares. El interés
general se ha perdido de vista.

—Leonardo Sciascia


Lo que mucha gente dice, tanto aquí en el centro como en la periferia, es que vivimos en un lodazal. Para unos no hay cabeza. Para otros lo que padecemos es un Estado anómico en el que, por ejemplo, los ciudadanos no pagan impuestos y el Estado no hace nada para que se paguen; en el que los ciudadanos no respetan la luz roja de un alto y los policías no hacen nada para que lo automovilistas se detengan. Todo se puede. Nada se restringe. ¿Cómo es posible que en un país así no hubiera habido unas elecciones presidenciales sospechosas?
Dice Peter Waldman que la corrupción y la incivilidad son constantes: “El Estado no actúa como Estado. No es, en sentido estricto, un Estado de derecho. Con relativa frecuencia el Estado resulta subversivo, interviene de manera activa y directa en la violación del orden jurídico. En este sentido y por esa razón, conviene sin duda el adjetivo: es un Estado anómico.”
Nosotros lo sabemos: en México el primero que viola la Constitución es el Presidente de la República.
Si en México hubiera Estado es muy posible que Germán Larrea ya estaría en la cárcel, por las muertes negligentes de Pasta de Conchos. Si hubiera Estado, desde la semana pasada —como ocurriría sin duda en Guatemala u Honduras— el secretario de Gobernación (JCM) ya hubiera renunciado, simplemente por cuestión de honor y de principios, de valores que siempre van implícitos en una democracia y que se consiguieron establecer luego de un largo y doloroso proceso histórico social.
Si en México hubiera Estado, hace por lo menos dos años que se hubiera indagado y resuelto el asesinato de Enrique Salinas de Gortari, nadie menos que el hermano de un expresidente más o menos poderoso. Misterio. Si hubiera Estado, la señora Laura Valdés, exdirectora de la Lotería Nacional en tiempos del bato con botas, ya habría conocido los terrenos del poder judicial, es decir, el de los jueces que juzgan y condenan. Si hubiera Estado en nuestro país los hermanitos Bribiesca, hijos de la incorruptible Martha Sahagún, hace ya tiempo que habrían purgado parte de su condena. Su hubiera Estado, Arturo Montiel ya llevaría por lo menos un par de años vistiendo el uniforme beige de nuestro sistema penitenciario.
Si hubiera Estado en México, Jorge Hank Rohn no habría gozado de veinte años de impunidad —que se cumplen el próximo 18 de abril— por el asesinato del periodista Héctor Félix Miranda (El Gato) en Tijuana. Si hubiera Estado, el precioso gobernador poblano Mario Marín y el “empresario” Kamel Nacif hace mucho que hubieran sido compañeros de celda. Si hubiera Estado, desde el año pasado habría quedado muy claro qué fue exactamente lo que sucedió con los 205 millones de dólares que le encontraron en su casa de las Lomas a un mexicano nacionalizado de origen chino. No a dónde fueron a parar los billetes, pues eso ya se supo (a pesar de la veda constitucional, de que a nadie se le puede privar bla bla bla…), sino qué fue lo que todo un secretario de Estado (del Trabajo) fue a negociar con los abogados del chino en Nueva York. Incógnita. Si hubiera Estado, ya se podría saber quiénes violaron a cuatro mujeres menores de edad en Michoacán el año pasado en medio de los operativos antinarco desplegados por el gobierno federal. Ni siquiera la Procuraduría General de Justicia Militar inició su investigación. Si hubiera Estado muy probablemente el jefe del Ejecutivo no habría podido quedar bien con sus simpatizantes en el gobierno de Estados Unidos y extraditar de manera súbita y brincándose varias formalidades legales a varios narcotraficantes.
¿Qué quiere decir eso de que no hay Estado? Depende de la premisa. La nuestra es que no hay Estado cuando no se cumple la ley de manera inevitable e impersonal y cuando no se gobierna a favor del interés general o el bien común y sí a favor de intereses particulares y de grupo (como los empresariales). Nadie votó por Slim. Nadie votó por Azcárraga. Nadie votó por los empresarios que ahora ocupan el poder.
Por ejemplo en los países donde existe el Estado el hijo de un gobernador ineluctablemente va a la cárcel si comete, por ejemplo, el delito de violación o de homicidio. La ley se aplica inexorable e impersonalmente. Si un gobernador (como el panista Elorduy de Baja California) es al mismo tiempo distribuidor de las camionetas Ford y le vende al Estado esas camionetas incurre en lo que en los países civilizados (es decir, en los que sí existe el Estado) se reconoce como “conflicto de intereses”. El señor Elorduy podría ya estar en la cárcel de La Mesa, en una celda de lujo.
Si hubiera Estado, los insobornables magistrados de la Suprema Corte de Justicia habrían reconocido que sí se violaron las garantías individuales de la periodista Lidia Cacho. Si hubiera Estado, los también insobornables, incorruptibles e impolutos juzgadores del Tribunal Federal Electoral no se habrían metido en el galimatías sospechoso en que se metieron para justificar el amañado resultado de las elecciones y las habrían declarado nulas. ¿Cuánto dinero les darían? ¿Millones de dólares? Si hubiera Estado los funcionarios públicos de todos los niveles —federal, estatal, municipal— no les exigirían una comisión por debajo de la mesa a los proveedores. Si hubiera Estado, los más altos funcionarios panistas de Pemex no harían negocios con sus amigos ni aceptarían las “comisión” que las empresas petroleras transnacionales (Texaco, Shell, Halliburton, Exxon) les pasan por debajo del escritorio y por millones de dólares o de euros.
“La desaparición del Estado no es un fenómeno exclusivo de Colombia, sino de todo el mundo”, dice Fernando Vallejo, autor de la mejor novela tijuanense: La virgen de los sicarios.
Si en México hubiera Estado los jueces penales no tendrían una tarifa para cobrar por cada delito exonerado, tantos millones por un homicidio, tantos por una violación, tantos por lesiones. Aunque, como puede hacerse de antemano, quienes cobran por no consignar —y también según una cierta tarifa— son los procuradores o los agentes del ministerio público. No procede, dicen. No hay elementos en lo de la anciana, les ordena el gobernador Fidel Herrera.
“El Estado está desapareciendo en todas partes. En México también va a desaparecer porque ya no puede controlar a una población tan grande. Cuando no hay Estado y no se pueden hacer cumplir las leyes, entonces se vuelve a la ley de la jungla. Ya sucede en las afueras de París, Nueva York, Los Ángeles”, añade Fernando Vallejo. Y concluye:
“El Estado está desapareciendo en todos los niveles de la sociedad que se le está yendo de las manos al gobierno. Lo vemos en Colombia, donde es más grave que en otros casos, y también en Argentina. Ya es un hecho la colombianización de México y la mexicanización de Colombia, porque antes los funcionarios colombianos no eran corruptos.”


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