martes, 29 de abril de 2008

Petróleo MexUsa

por José Luis Pérez Canchola


Los Estados Unidos necesitan nuestro petróleo. Los norteamericanos están nerviosos por la caída de su producción interna de petróleo crudo. Y no es para menos, ya que durante el primer trimestre del 2008 la producción doméstica registró una baja del 3.2 por ciento en relación con el mismo período del año anterior. Más grave aún, en la última década, la baja es de un 22 por ciento. De igual forma en el presente año, a consecuencia de los conflictos con Irak y Venezuela, se ha registrado una baja en las importaciones de crudo y de productos refinados en el orden del 3.5 por ciento respecto de 2007. En marzo pasado las refinerías norteamericanas trabajaron a un 85 por ciento de su capacidad.
Ante esta realidad y siendo los norteamericanos los mayores consumidores de petróleo en el mundo, la situación obliga a la administración Bush aumentar la presión sobre los países productores a fin de ampliar la oferta de crudo en beneficio de los Estados Unidos.
México es actualmente el tercer país exportador de petróleo hacia el mercado estadounidense después de Arabia Saudita y de Canadá. Actualmente México suministra entre el 10 y el 11 por ciento del total del petróleo importado por los Estados Unidos, casi a la par con Venezuela. Pero el señor Bush, su administración y las grandes corporaciones dueñas del mercado de los energéticos quieren más y lo quieren pronto. Ante tal propósito no alcanzan a entender como es que millones de mexicanos no aceptan que PEMEX se abra a la inversión privada, sea nacional o extranjera. Se sorprenden por la toma de las tribunas del Senado y de la Cámara de Diputados por parte de los legisladores de izquierda y les llama la atención que miles de activistas, sobre todo mujeres, se manifiestan en las calles de la capital en defensa del petróleo.
Siendo que PEMEX arrastra pérdidas millonarias -sobre todo por la corrupción y el dispendio-, y siendo que su producción ha disminuido sustancialmente, muchos políticos y especialistas norteamericanos se preguntan sobre cual es la razón de no aceptar capital privado. Canadá lo hizo con la empresa estatal PetroCanada, fundada en 1975 para contrarrestar en aquel tiempo a las empresas petroleras estadounidenses, hasta que empezó la presión norteamericana en el marco del Tratado de Libre Comercio y en 1991 se inició la venta de la empresa hasta 2004, en que concluyó el proceso de privatización. En Brasil, la empresa Petrobras bajo control gubernamental se abrió a la inversión privada por acuerdo del Congreso Nacional en 1995 y actualmente trabaja en sociedad con las empresas Shell, Royal Dutch y Devon. Incluso Cuba esta en tratos con empresas petroleras para explorar en el Golfo.
Políticos norteamericanos bromean diciendo que si actualmente los mexicanos compran en Wall Mart, Office Depot, Home Depot y comen en Kentuky, McDonalds y en Burguer King, y millones de mexicanos son propietarios de autos, computadoras, televisores y todo tipo de bienes domésticos de origen norteamericano, cual es su problema con la inversión extranjera en la industria del petróleo. ¿Cual es la terquedad -se preguntan en Washington- de rechazar la inversión privada en PEMEX?
La diferencia con los demás países es nuestra historia. La historia del petróleo es la historia de México. Defender la independencia y la autonomía de PEMEX es defender la dignidad y la soberanía del pueblo de México, es defender la memoria del más ilustre presidente que hemos tenido en más de 100 años, el general Lázaro Cárdenas que bajo ninguna circunstancia permitió que las compañías petroleras sometieran a su capricho al gobierno y al pueblo de México. Por eso la justa y oportuna decisión de Cárdenas al expropiar las empresas extranjeras.
Ahora estas empresas vienen por el desquite en un momento en que los Estados Unidos necesitan de más petróleo para satisfacer sus necesidades. El momento es de lo más propicio ya que las petroleras extranjeras tienen como aliado al propio Felipe Calderón, su gabinete en pleno y algunos partidos como el PRI y el PAN.
Ahora el gobierno federal promete las perlas de la virgen en su afán por ganar simpatías a favor de sus intenciones privatizadoras. En el artículo 41 del apartado B de la iniciativa de Ley Orgánica de Petróleos Mexicanos, se presenta como una innovación importante la emisión de “bonos ciudadanos” con el fin de “poner a disposición de los mexicanos, de manera directa, los beneficios de la riqueza petrolera nacional” y todos aquellos que adquieran estos bonos podrán “dar seguimiento al desempeño de Petróleos Mexicanos”, lo que resulta ser una verdadera patraña.
Los promotores de la privatización regalan promesas sobre un futuro halagador para todos los mexicanos. Prometen educación de calidad, mejor salud y más empleos, siempre y cuando PEMEX se abra a la inversión privada. Sólo falta que distribuyan despensas casa por casa para ganar apoyo a su propuesta. Es la historia de siempre. Con la llegada de las empresas petroleras inglesas y estadounidenses, entre 1901 y 1905 el millonario norteamericano John D. Rockefeller, socio de la Mexican Sinclair Oil, mandó regalar en las regiones productoras de petróleo miles de linternas llamadas quinqués hechas de vidrio con un gallo dibujado en llamativos colores y la leyenda “Sinclaire”. El propósito evidente era habituar a la gente a que se alumbrara con petróleo en vez de las acostumbradas velas de parafina o de sebo animal.
La historia nos ha enseñado que aquellos que controlan el petróleo son los que mandan. Por eso la importancia del artículo 27 constitucional y el decreto expropiatorio del general Cárdenas que sentaron bases sólidas sobre el petróleo como un bien de la nación, es decir de todos los mexicanos.
La amenaza que hoy se vive no es poca cosa. Se trata de las petroleras internacionales ahora aliadas con la derecha gobernante en México. Para ellos la industria del petróleo es un botín. En este contexto, resulta significativo lo dicho por Andrés Manuel López Obrador, en reciente reunión de gabinete, “la defensa del petróleo –sentenció- es un asunto mucho más trascendente que el fraude cometido en las elecciones presidenciales del 2006”.
Es por esto que no debemos hacernos bolas. La derecha gobernante, con Calderón a la cabeza y las compañías petroleras norteamericanas no descansarán en su propósito de apoderarse de PEMEX para entregarlo al capital privado, y nosotros, los mexicanos que vemos amenazada la soberanía energética del país, tampoco debemos descansar en la defensa del más grande patrimonio que nos dio la naturaleza y que es propiedad de todos los mexicanos: el petróleo.

viernes, 25 de abril de 2008

Carta a La Jornada

México DF 25 de abril de 2009

Señora Directora:


No hay que aceptar nuestra ignorancia en materia de petróleo. Mucho menos cuando todo está en Internet sabiéndolo buscar. Nos han querido hacer creer que el asunto del petróleo es un saber críptico inaccesible para el común de los mortales. La verdad es que no tiene tanta ciencia.
No se necesita ser ingeniero petrolero ni descifrar la estructura química del chapopote para discernir cuál es la situación geopolítica, económica y de mercado de nuestro petróleo y cuál la lealtad de las empresas mexicanas que en cuanto tienen éxito lo primero que hacen sus dueños es venderlas al extranjero. (Los bancos, el tequila, la miel de abeja para hot cakes, los hoteles.)
Basta interrogar la red para enterarse de que por lo menos siete de las grandes compañías de petróleo en el mundo son de propiedad abrumadoramente estatal, como Pemex: la Saudi Aramco, de Arabia Saudita; la Gazprom, de Rusia; la CNPC, de China; la NIOC, de Irán; la PDVSA, de Venezuela; la Pteobras, de Brasil, y la Petronas, de Malasia, que controlan casi un tercio de la producción mundial de gas y petróleo y más de un tercio de las reservas de ambos hidrocarburos. ¿Por qué será que no se han privatizado?
Otros temas que tienen que ver con la privatización son el de Félix Fulgencio Palavicini, el fundador de El Universal, que trabajaba como espía para la compañía petrolera inglesa El Águila durante el congreso constituyente de Querétero en 1917 y que logró sabotear una primera versión del artículo 27. (Hay un estudio del historiador Eduardo Clavé).

También el caso del italiano Enrico Mattei, director del ENI (el Pemex italiano) que en los años 50 se opuso a los dictados de las siete hermanas anglosajonas (entre ellas Chevron-Texaco, British Petroleum, Exxon-Mobil y Shell) que en 1962 lo mandaron matar. Inexplicablemente el avión de Mattei se estrelló antes de aterrizar en el aeropuerto Linate de Milán.

Federico Campbell

http://resistenciamattei.blogspot.com/

La matriz ideológica

Debemos abrirles a los jóvenes
[mexicanos] ambiciosos las
puertas de nuestras universidades
y hacer el esfuerzo de educarlos
en el modo de vida americano,
según nuestros valores y en el
respeto del liderazgo de los
Estados Unidos.

—Robert Lansing
Secretario de Estado
Washington, 1925



Recuerdo que en los años 60 y en la Zona Rosa, como muchos otros que se dedicaban a ligar gringas, Eduardo Farra le decía a una muchacha texana que él se llamaba Eduardo Pemex. Claro, muy pronto, la jovencita cortejada preguntaba.
—Oye, ¿y tú que tienes que ver con esas gasolineras Pemex?
—Es el negocio de mi familia —le contestaba Eduardo, Su Fálica Excelencia (según le decían).


Ahora que un funcionario público lo mismo puede ser político que hombre de negocios no extraña tanto que tengan una preparación semejante, por lo general en Estados Unidos. No van a estudiar administración pública en París ni economía en la London School of Economics. No. Más bien van a tomar algunos cursillos de contabilidad o de “administración de empresas”, como hizo Juan Camilo Pemex en una modesta universidad de Orlando, Florida. Estudian cómo hacer un cheque.
Es algo que viene sucediendo desde los años del presidente Plutarco Elías Calles (1924-1928) o desde los tiempos en que Manuel Gómez Morín (fundador del PAN) se entrena en Nueva York como agente financiero del gobierno mexicano y se prepara para la instauración del Banco de México en 1925. A uno de sus directores, a Rodrigo Gómez, regiomontano, también le encantaba la escuela norteamericana. Los gringos, caray, decía, son la pura perinola.
A partir de entonces se establece implícitamente que México habría de integrarse en muchas instancias a Estados Unidos, y no sólo en la esfera económica. De hecho, desde el punto de vista militar y energético, México es —en la estrategia geopolítica estadounidense y en cuestiones de “seguridad nacional”— parte de la Unión Americana.
Pues, bien el personaje de nuestro epígrafe, Robert Lansing, anduvo en los corredores del poder en los años 20. Fue secretario de Estado del presidente Wilson y juntos manejaron la diplomacia en tiempos de la primera guerra mundial. Era un hombre educado y de buena fe, más que de mediana formación intelectual, muy dado a la reflexión política y a la especulación histórica. Sabía de qué hablaba y hablaba con la natural prepotencia del imperio:
“México es un país extraordinariamante fácil de dominar. Basta con controlar a un solo hombre: el Presidente de la República. Tenemos que abandonar la idea de poner en la Presidencia mexicana a un ciudadano estadounidense, ya que se llevaría otra vez a la guerra. México necesitará administradores competentes. Con el tiempo esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se
apoderarán de la Presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispara un tiro, harán lo que nosotros queramos.” No ignoraba que había que cultivar al gringo que todo mexicano lleva adentro.
Se sabe que en Inglaterra o en Bélgica las universidades confeccionas cursillos especiales y breves para los muchachos ricos del Tercer Mundo, hijos de los políticos que gobiernan en África, Asia, los países árabes o los de América Latina. No es mala inversión entenderse con un presidente que estudió en Cambridge. Se facilitan las cosas. Se comparte la misma mentalidad, la misma escala de valores. ¿Qué tal si un egresado de University College resulta de pronto ministro del petróleo en Kuwait o en Nigeria?
Las universidades norteamericanas cuentan entre las mejores del mundo, Cornell, Columbia, Stanford, Princeton… En ellas se forma el ejército más importante de los Estados Unidos: los jóvenes competitivos y estupendamente preparados. Son universidades serias: le dan un lugar preeminente a la ciencia y a la investigación. No son como muchas de nuestra múltiples y pequeñas universidades privadas —vendedoras de títulos— en las que es imposible estudiar astronomía, matemáticas, física, biología, neurofisiología, ciencias químicas y no sólo “de la comunicación”.
Viene, pues, todo esto al caso por la propensión que tiene el mexicano de sobrevalorar todo lo extranjero y menospreciar todo lo propio. El extranjero siempre es mejor. En cuanto tiene éxito una empresa mexicana (bancos, tequila, miel de abeja para pankakes, nopales, hoteles), lo primero que hacen sus dueños es venderla al extranjero. El día menos pensado hasta las taquerías serán manejadas por transacionales. Y quienes trabajan aquí para esas empresas suelen ser más leales a sus compañías que a su propio país. ¿Qué lealtad podría esperarse de ellos si se asocian a la Texaco o a la British Petroleum?
El joven empresario (heredero generalmente de una fortuna no siempre bien habida) o el empresario mexicano se desliza de modo natural y embelesado en el sentido común de la cultura norteamericana. En la universidad se aprende a leer y a escribir, pero sobre todo a pensar. Y entre los 22 y los 28 años, el muchacho de hace hombre pensando en inglés. Lo mismo sucede con los locutores, no sólo con los empresarios, que nunca como ahora se han asumido como los guías espirituales de la nación.
De ahí que no se trate de ningún traidor a la patria sino de alguien cuya visión del mundo —su ética, su racionalidad, su lógica, su sintaxis, su sentido común— ha sido moldeada en la matriz ideológica de la universidad estadounidense.

miércoles, 23 de abril de 2008

En México ya no existe el Estado


Lo que existe ahora son pequeños
estados: organizaciones criminales,
grupos que actúan en función de los
intereses particulares. El interés
general se ha perdido de vista.

—Leonardo Sciascia


Lo que mucha gente dice, tanto aquí en el centro como en la periferia, es que vivimos en un lodazal. Para unos no hay cabeza. Para otros lo que padecemos es un Estado anómico en el que, por ejemplo, los ciudadanos no pagan impuestos y el Estado no hace nada para que se paguen; en el que los ciudadanos no respetan la luz roja de un alto y los policías no hacen nada para que lo automovilistas se detengan. Todo se puede. Nada se restringe. ¿Cómo es posible que en un país así no hubiera habido unas elecciones presidenciales sospechosas?
Dice Peter Waldman que la corrupción y la incivilidad son constantes: “El Estado no actúa como Estado. No es, en sentido estricto, un Estado de derecho. Con relativa frecuencia el Estado resulta subversivo, interviene de manera activa y directa en la violación del orden jurídico. En este sentido y por esa razón, conviene sin duda el adjetivo: es un Estado anómico.”
Nosotros lo sabemos: en México el primero que viola la Constitución es el Presidente de la República.
Si en México hubiera Estado es muy posible que Germán Larrea ya estaría en la cárcel, por las muertes negligentes de Pasta de Conchos. Si hubiera Estado, desde la semana pasada —como ocurriría sin duda en Guatemala u Honduras— el secretario de Gobernación (JCM) ya hubiera renunciado, simplemente por cuestión de honor y de principios, de valores que siempre van implícitos en una democracia y que se consiguieron establecer luego de un largo y doloroso proceso histórico social.
Si en México hubiera Estado, hace por lo menos dos años que se hubiera indagado y resuelto el asesinato de Enrique Salinas de Gortari, nadie menos que el hermano de un expresidente más o menos poderoso. Misterio. Si hubiera Estado, la señora Laura Valdés, exdirectora de la Lotería Nacional en tiempos del bato con botas, ya habría conocido los terrenos del poder judicial, es decir, el de los jueces que juzgan y condenan. Si hubiera Estado en nuestro país los hermanitos Bribiesca, hijos de la incorruptible Martha Sahagún, hace ya tiempo que habrían purgado parte de su condena. Su hubiera Estado, Arturo Montiel ya llevaría por lo menos un par de años vistiendo el uniforme beige de nuestro sistema penitenciario.
Si hubiera Estado en México, Jorge Hank Rohn no habría gozado de veinte años de impunidad —que se cumplen el próximo 18 de abril— por el asesinato del periodista Héctor Félix Miranda (El Gato) en Tijuana. Si hubiera Estado, el precioso gobernador poblano Mario Marín y el “empresario” Kamel Nacif hace mucho que hubieran sido compañeros de celda. Si hubiera Estado, desde el año pasado habría quedado muy claro qué fue exactamente lo que sucedió con los 205 millones de dólares que le encontraron en su casa de las Lomas a un mexicano nacionalizado de origen chino. No a dónde fueron a parar los billetes, pues eso ya se supo (a pesar de la veda constitucional, de que a nadie se le puede privar bla bla bla…), sino qué fue lo que todo un secretario de Estado (del Trabajo) fue a negociar con los abogados del chino en Nueva York. Incógnita. Si hubiera Estado, ya se podría saber quiénes violaron a cuatro mujeres menores de edad en Michoacán el año pasado en medio de los operativos antinarco desplegados por el gobierno federal. Ni siquiera la Procuraduría General de Justicia Militar inició su investigación. Si hubiera Estado muy probablemente el jefe del Ejecutivo no habría podido quedar bien con sus simpatizantes en el gobierno de Estados Unidos y extraditar de manera súbita y brincándose varias formalidades legales a varios narcotraficantes.
¿Qué quiere decir eso de que no hay Estado? Depende de la premisa. La nuestra es que no hay Estado cuando no se cumple la ley de manera inevitable e impersonal y cuando no se gobierna a favor del interés general o el bien común y sí a favor de intereses particulares y de grupo (como los empresariales). Nadie votó por Slim. Nadie votó por Azcárraga. Nadie votó por los empresarios que ahora ocupan el poder.
Por ejemplo en los países donde existe el Estado el hijo de un gobernador ineluctablemente va a la cárcel si comete, por ejemplo, el delito de violación o de homicidio. La ley se aplica inexorable e impersonalmente. Si un gobernador (como el panista Elorduy de Baja California) es al mismo tiempo distribuidor de las camionetas Ford y le vende al Estado esas camionetas incurre en lo que en los países civilizados (es decir, en los que sí existe el Estado) se reconoce como “conflicto de intereses”. El señor Elorduy podría ya estar en la cárcel de La Mesa, en una celda de lujo.
Si hubiera Estado, los insobornables magistrados de la Suprema Corte de Justicia habrían reconocido que sí se violaron las garantías individuales de la periodista Lidia Cacho. Si hubiera Estado, los también insobornables, incorruptibles e impolutos juzgadores del Tribunal Federal Electoral no se habrían metido en el galimatías sospechoso en que se metieron para justificar el amañado resultado de las elecciones y las habrían declarado nulas. ¿Cuánto dinero les darían? ¿Millones de dólares? Si hubiera Estado los funcionarios públicos de todos los niveles —federal, estatal, municipal— no les exigirían una comisión por debajo de la mesa a los proveedores. Si hubiera Estado, los más altos funcionarios panistas de Pemex no harían negocios con sus amigos ni aceptarían las “comisión” que las empresas petroleras transnacionales (Texaco, Shell, Halliburton, Exxon) les pasan por debajo del escritorio y por millones de dólares o de euros.
“La desaparición del Estado no es un fenómeno exclusivo de Colombia, sino de todo el mundo”, dice Fernando Vallejo, autor de la mejor novela tijuanense: La virgen de los sicarios.
Si en México hubiera Estado los jueces penales no tendrían una tarifa para cobrar por cada delito exonerado, tantos millones por un homicidio, tantos por una violación, tantos por lesiones. Aunque, como puede hacerse de antemano, quienes cobran por no consignar —y también según una cierta tarifa— son los procuradores o los agentes del ministerio público. No procede, dicen. No hay elementos en lo de la anciana, les ordena el gobernador Fidel Herrera.
“El Estado está desapareciendo en todas partes. En México también va a desaparecer porque ya no puede controlar a una población tan grande. Cuando no hay Estado y no se pueden hacer cumplir las leyes, entonces se vuelve a la ley de la jungla. Ya sucede en las afueras de París, Nueva York, Los Ángeles”, añade Fernando Vallejo. Y concluye:
“El Estado está desapareciendo en todos los niveles de la sociedad que se le está yendo de las manos al gobierno. Lo vemos en Colombia, donde es más grave que en otros casos, y también en Argentina. Ya es un hecho la colombianización de México y la mexicanización de Colombia, porque antes los funcionarios colombianos no eran corruptos.”


http://horalelobo.blogspot.com/


Carta de Robert Lansing, 1925

“México es un país extraordinariamente fácil de dominar, porque basta con controlar a un solo hombre: el Presidente de la República. Tenemos que abandonar la idea de poner en la Presidencia mexicana a un ciudadano americano, ya que eso llevaría otra vez a la guerra.
“La solución necesita de más tiempo: debemos abrirle a los jóvenes ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, según nuestros valores y en el respeto del liderazgo de los Estados Unidos.
“México necesitará administradores competentes. Con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la Presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que nosotros queramos.”

Robert Lansing
Washington, 1925
Secretario de Estado

Palavicini, nuestro hombre en Querétaro

Para Arturo Cantú,
in memoriam

Eduardo Clavé, en una investigación histórica reciente y aún inédita, ha podido demostrar irrefutable y documentalmente que el periodista tabasqueño y fundador de El Universal, Félix Fulgencio Palavicini, fue agente secreto de la compañía petrolera inglesa El Águila en el Congreso Constituyente de 1917. El trabajo del historiador mexicano lleva tentativamente por título Nuestro hombre en Querétaro, acaso porque es lector ferviente de Graham Greene.
Un expediente de El Águila —apenas descubierto por el historiador— establece que la compañía más poderosa entonces tuvo a su servicio al diputado constituyente que participaría en la redacción de dos artículos fundamentales para el futuro de la empresa y de los intereses extranjeros en México: el 27 y el 73 constitucionales.
Desde el proyecto original de Carranza para el artículo 27 nadie sospechaba que la nueva Constitución daría un vuelco total al concepto de la propiedad de la tierra en México. Sin embargo, las compañías conocían el espíritu nacionalista de Carranza y sus intenciones de, por lo menos, gravar el petróleo. Él Aguila tenía entonces utilidades netas de más de 10 millones de pesos oro, en tanto que su principal competidora, la Mexican Petroleum Company, las tuvo por poco más de 7 millones. El Águila por lo demás participaba directamente en la logística británica de la Primera Guerra Mundial. Era uno de los más importantes proveedores del imperio que transportaba al almirantazgo con el servicio, entre otros, de 17 buques de la compañía de carga de El Águila y en los que movió casi tres millones de toneladas de petróleo durante la guerra.
Un tal Rodolfo Montes era el representante de la petrolera para asuntos con el gobierno mientras que el delegado de la secretaría de Gobernación a la Comisión Nacional Agraria era al mismo tiempo representante de las compañías petroleras Transcontinental de Petróleo e International Petroleum Co. La idea era influir directamente en la redacción de la nueva Carta Magna. Creían los de El Águila que “la política de restricciones, obstáculos, gabelas y aún abusos con que en la actualidad están procediendo las autoridades Constitucionalistas con esta industria en México, son inmorales, y sólo darán como resultado la ruina de la industria, con las correspondientes consecuencias para el Gobierno mismo”.
Así las cosas, El Águila, a través de Rodolfo Montes, un hábil corruptor y enlace de la petrolera con el gobierno mexicano, cortejaba de manera sistemática a diversos dirigentes de la Revolución, como lo había hecho antes Cowdray (el dueño) con personalidades del porfiriato como Enrique Creel o el hijo de Porfirio Díaz, a quienes había incluido en el consejo de Administración, además de haberlos hecho socios.
Al periodista Querido Moreno, anotado en la “lista especial”, se le daban 300 pesos oro mensuales para ”nulificar cualquier daño que pudiera causarnos”. Por su parte, Miguel Alessio Roles recibía en 1920 una iguala mensual de 300 pesos oro nacional. José Ives Limantour, secretario de Hacienda, recibía cajas de whisky y objetos de arte que le enviaba a su casa con cierta regularidad el entonces gerente de El Águila John P. Body. Por supuesto, la compañía no descartaba el uso de otros instrumentos extralegales, para decirlo con delicadeza, como el soborno, el espionaje y la presión diplomática.
En fin, como ilustra Eduardo Clavé, el defensor de los intereses de El Águila, en contra del gobierno mexicano, era Félix Fulgencio Palavicini, “un personaje famoso por su estridencia, su retórica hiperbólica y su elocuencia oropelesca, pero eficiente”.
Hacia 1916 Palavicini funda el periódico El Universal y se convierte en su propietario hasta 1923. Es notable en las primeras ediciones la presencia de la petrolera inglesa que inserta con frecuencia anuncios de primera plana. “Resulta curioso que se haya escogido después la imagen de un águila como emblema de El Universal”, comenta Eduardo Clavé. Después el exdiputado y periodista pide al gobierno de Carranza un préstamo de 13 mil dólares, restituye 5 mil y luego solicita que le perdonan la deuda por 8,500 dólares pues “se trata de hacerme un servicio personal, yo que no he solicitado nada y que siempre he servido con lealtad y abnegación”. En junio de 1918 un funcionario de El Águila aparta el inmueble de la compañía ubicado en Iturbide 12 para la Compañía Periodística Nacional, editora de El Universal.
Gracias a los archivos de El Águila se puede reconstruir casi día por día la actividad de Palavicini en las fechas cruciales de la formulación, discusión y aprobación del los artículos 27 y 73. Palavicini ya era un personaje influyente por la posesión de El Universal, “pero muy poco confiable” El periodista Fracisco Martínez de la Vega se refiere al tabasqueño como una de las “armas parlamentarias” de Carranza y habla del “dominio de Palavicini de triquiñuelas, posturas y cinismos políticos”.
Palavicini consiguió que se modificara la primera versión del artículo 27 y que no se mencionara la palabra petróleo. Una nota interna de la compañía petrolera registra que Palavicini recibía 500 dólares mensuales hasta mayo de 1917.

* * *

En 1979 el psicoanalista Ignacio Millán hizo un estudio de campo que no llegó a publicar en vida: Míster México. Junto con un equipo de colaboradores analizó muchos sueños de ejecutivos mexicanos que trabajaban o habían trabajado en empresas transnacionales. Uno de las primeras conclusiones fue que en gran parte los ejecutivos eran o habían sido más leales a sus compañías que a su propio país.

Mouriño, el encomendero de Bucareli



Pedro Páramo es un cacique.
Eso ni quien se lo quite.
Estos sujetos aparecieron
en nuestro continente desde
la época de la Conquista con
el nombre de encomenderos. Y
ni las leyes de Indias, ni
el fin del coloniaje, ni aun
las revoluciones, lograron
extirpar esta mala yerba.

—Juan Rulfo


La procedencia nacional y familiar del incombustible secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, hace inevitable —por una elemental asociación de ideas e indignaciones— pensar en la figura colonial del encomendero español.
Lo dice, desde el más allá de las letras, Juan Rulfo :
“Aún en nuestros días, los hay [encomenderos] que son dueños hasta de países enteros; pero concretándonos a México, el cacicazgo existía como forma de gobierno siglos antes del descubrimiento de América, de tal suerte que los conquistadores españoles sólo echaron raspa, es decir, les fue fácil desplazar al cacique para tomar ellos su lugar. Así nació la encomienda y más tarde la hacienda con su secuela de latifundismo o monopolio de la tierra.”
El descubrimiento del encomendero por parte de Rulfo es una deducción natural que se le ocurrió a él veinte años después de haber escrito Pedro Páramo. Rulfo leyendo a Rulfo. El lector Rulfo entrevé en su propia novela la memoria colectiva que comporta un personaje, el cacique, no colocado allí —en la novela— de manera consciente. Entre el cacique de los señores mexicas, el encomendero de la Nueva España, y el regreso del capo contemporáneo que define un modo de ser político, Rulfo discierne una concatenación histórico social que se cumple en Pedro Páramo.
Juan Rulfo tenía un gran conocimiento de la historia de México y situaba en el siglo XVI, más que en ningún otro siglo, el origen de muchos de nuestras actitudes políticas inconscientes:
“Yo soy de una zona donde la conquista española fue demasiado ruda. Los conquistadores allí no dejaron ser viviente. Entraron a saco, destruyeron la población indígena, y la región fue colonizada nuevamente por agricultores españoles. Entonces los hijos de los pobladores, sus descendientes, siempre se consideraron dueños absolutos. Se oponían a cualquier fuerza que pareciera amenazar su propiedad. De ahí la atmósfera de terquedad, de resentimiento acumulado desde siglos atrás, que es un poco el aire que respira el personaje de Pedro Páramo desde su niñez.”
La encomienda se instauró primero allá en España: era la delegación del poder real para cobrar tributos y utilizar los servicios personales de los vasallos del rey y, por extensión, en la Nueva España la figura del encomendero sirvió a los españoles para hacerse de mano de obra gratuita y ocupar el lugar de los caciques prehispánicos.
Este resabio feudal, el derecho del señor sobre sus siervos, se transplantó al Nuevo Mundo y a los conquistadores se les permitió explotar los servicios personales de los indios como compensación por enseñarles la religión católica. Un subterfugio de la esclavitud.
Medio siglo de agitaciones fue necesario antes de que la Corona y Fray Bartolomé de las Casas suprimieran el aspecto más discutible de la encomienda: el privilegio de utilizar a los indios como esclavos, y finalmente el sistema fue reducido a una especie de paternalismo.


La historia sabe. De tanto en tanto se da una extraña circularidad y los personajes vuelven. Como fantasmas sin compasión se agandallan los tesoros del mar para beneficio de sus familiares en esa mesa de diez comensales que es México. De un lado cuatro comen muy bien, tienen médicos, escuelas, universidades, aviones, departamento en Orlando, gasolineras, chalet en Vail, empresas petroleras, cuentas en el Chase Manhattan Bank de Nueva York, en Houston o en Miami, o en Madrid o en el Wells Fargo de San Diego. Los otros seis apenas comen porquerías, no tienen hospitales ni escuelas ni universidades, ni medicinas, ni zapatos ni balón de futbol. Sus hijos y sus nietos tampoco lo tendrán.
Y no se necesita ser un lince para darse cuenta de que un zorro es mucho más astuto que una lombriz. Más que un encomendero en Gobernación (el equivalente al Ministerio del Interior de muchos países) lo que se necesita allí es un zorro. Porque la principal cualidad del político es la astucia, no la inteligencia.
En ese cuartel general, o “cuarto de guerra” (según traducción literal del inglés) han estado toros muy bravos. ¿Por qué? Porque ese escritorio requiere de una gran imaginación conspirativa para fintar primero y luego embestir. Sin piedad. Es un puesto extremadamente delicado, es el centro del sistema neurálgico del país, es al mismo tiempo el lado derecho e izquierdo del cerebro porque sus decisiones suelen ser muy finas, como las de un neurocirujano o un capitán de barco o un piloto de jumbo jet. Desde la secretaría de Gobernación, el zorro ve al país como si sus habitantes estuvieran en una pecera. Imposible sobrevivir sin una inteligencia maquiavélica o sin el temple parea mandar matar si es necesario (por razones de Estado). Y aquí es cuando hace falta la experiencia y la verdadera, auténtica vocación política, la sensibilidad para intuir los signos de la explosión social. Lo hicieron Richlieu, Disraeli y Talleyrand, el mago de la diplomacia napoleónica. Una decisión equivocada puede tener consecuencias muy graves para toda la población: un exceso de soberbia, por ejemplo, una mala lectura de los acontecimientos, una represión sangrienta de más que puede dejar el llano en llamas.


http://resistenciamattei.blogspot.com/

jueves, 17 de abril de 2008

El caso Mattei

La esperanza es que la sociedad
civil llegue a comprender de qué
burla se le hace objeto por parte
de quien posee y administra el
poder en su nombre, cuando no ejerce
un constante e inexorable control
democrático que limite sus abusos.

Francesco Rosi


El caso de Enrico Mattei (1926-1962) es paradigmático porque representa una voluntad del Estado nación de actuar independientemente y de manera soberana frente a los grandes poderes del mundo: las compañías petroleras, por ejemplo.
El contexto de su actuación es el de la postguerra, los años posteriores a la segunda guerra mundial cuando el gobierno italiano le encarga desaparecer la Agip (la Pemex de Mussolini) y durante todos los años 50 no solo no la disuelve sino la reestructura y la integra al nuevo ENI, Ente Nazionale Idrocarburi. Enrico Mattei fue el que bautizó a las petroleras de su tiempo con el nombre de “las siete hermanas” que dominaban al mundo en materia de energéticos: Exxon, Mobil, Chevron, Texaco, Gulf, Royal Dutch Shell y British Petroleum. Ningún país podía entonces, hacia 1960, mover un dedo sin consultar con estas tansnacionales que influían hasta en al forma interna de gobernar.
En la práctica las “sette sorelle” se han reducido a cuatro: Chevron-Texaco, British Petroleum, Exxon-Mobil y Shell. Cuarenta y cinco años después la composición de poder ha cambiado y ahora las siete empresas, de propiedad abrumadoramente estatal, son la Saudi Aramco, de Arabia Saudita; la Gazprom, de Rusia; la CNPC, de China; la NIOC, de Irán; la PDVSA, de Venezuela; la Pteobras, de Brasil, y la Petronas, de Malasia, que controlan casi un tercio de la producción mundial de gas y petróleo y más de un tercio de las reservas de ambos hidrocarburos.
El caso es que Enrico Mattei se enfrentó a las grandes petroleras de su época y ese atrevimiento le costó la vida: el 27 de octubre de 1962, bajo una lluvia gris y ventosa, su jet privado se estrelló en Bascapé, antes de tocar tierra en el aeropuerto Linate de Milán. El secretario de la Defensa de entonces, Giulio Andreotti, se apresuró a declarar que había sido un accidente.
Lo poco que después supimos fue por la película de Francesco Rosi, El caso Mattei, de 1970. La cinta es una exposición narrativa de tipo periodístico, con testimonios y documentos, fotografías y grabaciones, que deja la sospecha de que el avión de Mattei —interpretado admirablemente por Gian Maria Volonté— fue saboteado en el aeropuerto de Catania, en Sicilia. Alguien, aparentemente de la mafia o de los servicios secretos franceses, se introdujo en el aparato y desactivó algunos instrumentos, entre ellos el altímetro.
Se trata de la historia de un político que realmente tenía el sentido del Estado. Enrico Mattei creía que, como Estado y como nación soberana e independiente, Italia tenía derecho a decidir a quién le compraba petróleo directamente. Con Mattei a la cabeza de las negociaciones, el gobierno italiano decidió comprar de manera bilateral petróleo a los países árabes, a Arabia Saudita y a Túnez, para sus refinerías. También le pareció natural y lógico, por el precio o por lo que fuere, traer petróleo de la Unión Soviética. No es improbable que haya sospechado, porque era tan astuto como un zorro, que las transnacionales petroleras lo iban parar de tajo. Pero lo hizo, con gran dignidad y con un discurso interesantísimo si pensamos en lo que era la geopolítica de su tiempo.
Treinta y cinco años después, en 1997, se reabrió el caso en Italia. Llegó a establecerse que el testigo primero, el que declaró a horas del siniestro que había visto y oído una explosión en el cielo antes de que el pequeño jet se precipitara, había cambiado su declaración porque le regalaron una casa nueva. Luego. Se supone que su silencio fue comprado y que, en efecto, se trató de una bomba. Cuando se revisaron los archivos de la Rai (la tv italiana), donde se conservaba el video, se vio que había desaparecido el sonido. Sólo podría ahora acusarse a ese testigo, Mario Rochi, de dar falso testimonio y la ley de la omertà seguirá siendo la reina.
Junto al presidente del ENI —según una nota de Roberto Montoya en El Mundo— murió el piloto Irnerio Bertuzzi y un periodista norteamericano, William McHale.
Realmente Mattei era un obstáculo para las compañías petroleras estadounidenses. Muchas de sus operaciones en Europa occidental fueron obstaculizadas por Mattei, un hombre polémico y muy incómodo, de arrolladora personalidad. El ENI italiano era con mucho la compañía petrolera independiente más importante de Europa. La familia Mattei siempre pensó que las “siete hermanas” encargaron a la Cosa Nostra que, a través de la mafia siciliana, organizara el atentado contra Mattei y por eso mismo encargaron una investigación privada.
Más tarde Tomasso Buscetta, uno de los mafiosos “arrepentidos” más creíbles de la justicia italiana, confirmó que a Mattei lo había asesinado la mafia siciliana por una petición especial hecha por una familia de Cosa Nostra de New Jersey, la tierra de los Soprano. Otro testimonio ha sido el de un exagente de la KGB soviética, Leonid Kolossov, que trabajaba en la representación comercial de la URSS en Roma y con la cobertura de corresponsal de Izveztia. De Estados Unidos viajó expresamente para supervisar el atentado el capo Marcello Carlos II Piccolo. Sus socios sicilianos pudieron inmiscuir en el equipo técnico de mantenimiento del aeropuerto de Catania a uno de sus “soldados” para que colocara el explosivo.

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